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No hay que entender la violencia como herramienta ni como solución, porque hoy, dos siglos después, aún siendo independientes la independencia no está completa

 

Lo que aún le debemos a la Batalla de Boyacá

Por William Rivera – profesor de sociales primaria

Según la tradición festiva de Colombia, el 7 de agosto es un día feriado en conmemoración de la Batalla de Boyacá: uno de los momentos fundacionales de nuestra historia republicana.

Los libros, actos cívicos, izadas de bandera y el tan añorado día libre para muchos, son prueba de la importancia que esta fecha representa para la mayoría de colombianos; es el inicio de la independencia, el recuerdo de un día en el que un ejército criollo logró la victoria sobre el dominio español y abrió el camino a la libertad y la soberanía.

Pero más allá de la efeméride, esta fecha nos interpela y nos exige mirar con atención no solo lo que ocurrió hace más de dos siglos, sino lo que aún estamos construyendo como país independiente (MIN Interior, SF), y es que cuando decides enseñar Ciencias Sociales, te preparas para enfrentar un desafío didáctico: Enseñar historia o potenciar la memoria histórica.

El primero, un recorrido por los datos, nombres, fechas, lugares y un abanico infinito de hechos que día a día crece conforme el pasado se hace más largo y el futuro más corto; la segunda, un reto profesional que te embarca en la misión de desarrollar el pensamiento crítico y entender la historia como una construcción social que se teje desde las narrativas, el folclor, la literatura, desde el otro no escuchado, no “educado”, subversivo, ignorante.

Pero también el desafío de aprenderlas, pues toda enseñanza debe concluir en aprendizaje, y en este caso, uno en el cual La Batalla de Boyacá se convierte, sin duda alguna, en uno de esos puntos inflexivos de las lecturas sobre la historia del país en el Colegio, y una duda constante cuando se le compara con el 20 de julio: el día del grito, o el 30 de agosto: día en que se firmó en 1821 la primera constitución de Colombia.

¿Cuál es el verdadero día de la independencia? ¿Por qué tantas fechas conocidas y desconocidas para hablar del mismo hecho? Estos y otros cuestionamientos comprueban la trascendencia del mero acto de oír la historia como dato, a criticarla, cuestionarla y deconstruirla desde lo que me enseñan, un acto de verdadero aprehendizaje, con h, que no es otra cosa que la apropiación reflexiva y consiente del conocimiento (De Zubiría, 1996).

La anterior, es una clara invitación del pensamiento crítico a repensar qué significa ser independiente, cómo se logra serlo, qué tan independiente se es, para qué sirve tal condición y sobre todo cuál es la responsabilidad de los seres independientes en una sociedad donde la libertad mal entendida, ha derivado en violencias de todo tipo.

Esta es la diferencia entre enseñar historia y desarrollar la memoria histórica. La Batalla de Boyacá seguirá siendo reconocida como un acto de coraje colectivo, que representó el deseo de un pueblo por liberarse del sometimiento y por darse un futuro propio; pero también como una batalla, que adoptó la violencia como herramienta de transformación y que, en un país como Colombia, con heridas abiertas por décadas de conflicto, no es conveniente entenderla de forma acrítica sin preguntarse qué se ha aprendido, no hay que entender la violencia como herramienta ni como solución, porque hoy, dos siglos después, aún siendo independientes la independencia no está completa.

Muchos ciudadanos aún no acceden a derechos básicos, no participan plenamente de la vida democrática y no disfrutan de igualdad de oportunidades. Seguimos arrastrando desigualdades históricas, exclusiones profundas, tensiones sin resolver. La violencia en sus distintas formas sigue siendo parte de nuestra vida cotidiana. Por eso, conmemorar esta fecha debe ir más allá de un acto simbólico: debe convertirse en una oportunidad para renovar nuestro compromiso con la paz, la justicia y la educación, porque América Latina y Colombia siguen asistiendo, sin falla, a la colonialidad del poder, donde hay países que, por regla, “son más importantes que otros” o, simplemente, “son mejores”, siguen asistiendo a la epistemología eurocéntrica donde las fuentes “confiables” del conocimiento son europeas (Mignolo, 2025) y siguen pensando en “blanquear la raza” como elemento de resignificación de su propia existencia (Echeverrya, 1990), entonces ¿de cuál independencia se habla, si el colombiano independiente daría lo que fuera por no serlo? La discusión va mucho más allá del interrogante y la generalización es el motor de un debate, debate al que todos debemos asistir.

Como reflexión, queda sentada la base del autorreconocimiento, el fortalecimiento de la identidad y de los autoesquemas, el cuestionamiento a las “verdades históricas” que nos cuentan los libros y los profesores, una vida armónica que aborda los conflictos desde la reparación, que es justa y por ende merece ser vivida, una reflexión que reconoce la diversidad del hombre y ve en la diferencia una ventaja, que no siembra odio, y que, por sobre todo, dignifica la condición de un país libre que no entiende la independencia como un día festivo, sino como el estímulo para ser y pensar con corazón y cabeza propia: un país libre.